¿Por qué seguimos escuchando al Chicharito?
TheZurdo

Una crítica al tiempo que perdemos en polémicas inútiles
Por René A. Camacho
Hay preguntas que ya son respuesta.
¿Por qué seguimos escuchando al Chicharito hablar sobre temas como la lucha de géneros?
¿Por qué su opinión, carente de formación en sociología, ética o política pública, se convierte en tendencia nacional?
La respuesta está en nuestra incapacidad colectiva para apagar incendios que nosotros mismos alimentamos con clics.
Vivimos en un ecosistema donde opinar es rentable, aunque no se tenga nada que decir. En redes sociales, la complejidad no vende: lo que escala es lo que arde. Y ahí aparece la figura del opinólogo de ocasión, ese personaje con fama prestada que convierte cualquier dilema ético en un slogan de autoayuda.
Lo preocupante no es que Chicharito diga lo que dice. Lo verdaderamente grave es que le sigamos prestando el micrófono para temas que requieren pensamiento informado, escucha activa y sensibilidad histórica. No es censura, es sentido común: no todo el que tiene seguidores tiene algo que aportar.
Lo que hace el exdelantero no es nuevo, pero sí cada vez más visible: una estrategia clara de provocación mediática, basada en la premisa de que la polémica lo mantiene vigente. ¿Y funciona? Por supuesto. Los algoritmos premian el ruido, no la razón. Las redes no castigan la ignorancia, la amplifican.
Y mientras tanto, se nos va el tiempo. El tiempo que podríamos estar usando para escuchar a mujeres que luchan por condiciones laborales dignas, para leer análisis que contextualicen la violencia estructural o para dialogar sobre masculinidades no tóxicas. Pero no: lo gastamos en reaccionar a frases como “las mujeres están fracasando”.
Esta nota no busca “cancelar” a nadie. Busca algo más ambicioso: desactivar la lógica que da poder a lo irrelevante. Porque mientras creamos que cada declaración desinformada merece un “debate nacional”, seguiremos atrapados en una espiral de indignación superficial.
México no es uno solo. Hay muchos Méxicos: el de la clase media conectada, el de la precariedad estructural, el de los privilegios heredados, el de las mujeres violentadas en silencio. Cuando figuras públicas como Hernández generalizan su visión del mundo desde una burbuja privilegiada, cometen un error doble: invisibilizan la diversidad del país y refuerzan estereotipos que ya han hecho demasiado daño.
No caigamos en su juego. No todo merece nuestra atención. Aprendamos a elegir nuestras batallas, no por impulso, sino por criterio. Y cuando veamos venir la próxima tormenta de polémica hueca, preguntémonos:
¿Esto enriquece la conversación o solo infla el ego de quien la provoca?
Porque tal vez, la verdadera lucha de nuestra época no es ideológica, sino atencional. Y en esa lucha, cada clic cuenta.